La lógica oculta del poder real en la ficción
Como parte del debate generado por el lanzamiento de la serie “El Reino” (Netflix, 2021), publicamos este texto redactado por el teólogo Jorge Weishein, que cuestiona los sincretismos generados por la ficción y se pregunta dónde está el poder fáctico realmente.
«El Reino» es una ficción atrapante para cualquier profesional vinculado a lo religioso por el carácter de la apuesta y la intensidad de la trama. Sin embargo, estimo que para quienes pertenecen al campo evangélico, sea que coincidan en la representación de sus figuras religiosas o no, es posible que genere muchas dudas o incluso rechazo por la distancia entre la experiencia espiritual en su fuero personal y este develamiento de una trama oscura de relaciones de abuso de poder.
En lo personal la serie me deja perplejo, tiene ribetes extremadamente violentos para la sensibilidad religiosa, más allá de la adhesión o no a esta confesión en particular, y su contrapeso en el argumento, a tono con la sobreactuación de los delirios de poder, es puesto en un niño con poderes sobrenaturales (el pescado), que es testigo involuntario de una sucesión de eventos que atraviesa milagrosamente gracias a su “don de Dios” (Jonathan). No queda claro de dónde vienen estos niños y en qué consiste exactamente la obra que se realiza en este hogar. Siendo uno de los pocos escenarios que convocan el sentido religioso y con el que se interpela al universo religioso es, sin embargo, un escenario ocasional y poco relevante en el producto final.
Los espectadores y espectadoras que pertenecen al sector de iglesias evangélicas con las que la ficción identifica a los protagonistas se ven confrontados con un nivel de materialidad o “de mundanidad” difícil de elaborar y de sostener.
Este sector evangélico lee y entiende “lo que dice” la Biblia y esta palabra organiza su vida “en Cristo” de forma cotidiana, a modo de disciplina. Esta conversión es sostenida estoicamente a modo de una resistencia a los poderes del mundo, ligados al poder del mal. Una familia pastoral ensamblada detrás de un templo a toda luz, brillante y encendido, explora un ideal instalado en el sentido común evangélico. La familia pastoral es en este universo el espejo en el que se mira la comunidad de fe. En cambio, un templo de paredes huecas de mármol, llenas de dinero encubierto detrás de textos bíblicos, resulta repugnante para estos sectores, no sólo indignante.
Existe un desfasaje entre la teología predicada, las prácticas litúrgicas y la mayordomía económica de la iglesia. La teología, en los pocos trazos en que es desarrollada oralmente, enfatiza la bendición, el exorcismo, la moral y las buenas costumbres, entre otras paráfrasis de versos bíblicos y oraciones bastante ajenas al uso en el marco de la iglesia cristiana. La liturgia por su parte, más allá de ser un poco acartonada, puede ir al encuentro de algunas prácticas tradicionales en las iglesias evangélicas. Pero la vinculación de esta teología y esta eclesiología con la mayordomía entra en conflicto con las “donaciones” de lavado de dinero. Estas operaciones resultan poco sostenibles entre sectores evangélicos tradicionales, aún cuando la obra pueda reflejar y poner en crisis distintos aspectos de su identidad religiosa.
Estos sectores son extremadamente críticos con aquellas propuestas religiosas que asocian la donación o sacrificio con la bendición o la prosperidad económica. Tal es así que en el caso de las distintas denominaciones religiosas de mayor presencia en los medios masivos de comunicación, entre las que se han conocido prácticas económicas en conflicto con la ley, ellas no integran ninguna de las asociaciones evangélicas tradicionales en el país, dadas sus amplias diferencias teológicas. Esta eclesiología es ajena a la teología propuesta por los protagonistas y se desarrolla en otro tipo de escenarios edilicios y litúrgicos, con una participación mucho más activa de lo mediático y lo tecnológico. Este desfasaje en el argumento y la puesta en escena disloca al espectador evangélico colocándolo en un sincretismo que entrecruza un popurrí de elementos teológicos de distintas corrientes evangélicas, asociadas a su vez a toda una serie de prácticas delictivas y de extrema violencia.
En esta serie tanto la familia como el templo, en lenguaje evangélico, “están podridos hasta los tuétanos”. La ficción no apuesta por ir al encuentro de los sentidos que se juegan y se construyen en estos vínculos comunitarios en los que se entrelazan actos de fe de absoluta integridad con aspectos universales de la vida cotidiana y respuestas concretas -aún si bien, limitadas-, en plena articulación con el sistema político y el modelo de Estado vigente, que presta garantías de derechos en convenios con actores religiosos presentes en sectores claves del campo popular. Los personajes y los escenarios están construidos desde el estereotipo tradicional instalado históricamente desde el integrismo religioso colonial, del que es común leer en los medios comerciales masivos notas de dudosas fuentes y pobrísima edición. Estas apreciaciones desde este lugar de poder han construido un imaginario enormemente negativo afianzado en el sentido común en torno a lo evangélico, sin distingos, pese a la existencia de diferentes trabajos en el campo de la sociología de la religión que podrían haber aportado herramientas teóricas para contribuir con una mayor credibilidad y solvencia al escenario y la trama de esta producción.
La ficción muestra de forma excelsa la adscripción de este posicionamiento ideológico integrista por parte de los nuevos actores religiosos emergentes en el plano del poder político, mientras que al mismo tiempo esconde la connivencia del poder religioso dominante con el poder político desde el pacto colonial del patronato y su derivación en los genocidios más execrables en la historia de nuestro continente. De esta manera es evidente una doble vara en la validación de las prácticas y las identidades religiosas. De hecho uno de los niños en riesgo va a ser trasladado a un hogar católico romano a fin de resguardarlo y brindarle mayor seguridad, aunque esta decisión finalmente tampoco resulta eficaz porque el niño termina siendo igualmente secuestrado.
Los sectores ecuménicos patrocinadores del diálogo intereclesial, pertenecientes a las distintas iglesias cristianas, trabajan denodadamente para cambiar esta realidad y favorecer el diálogo, el encuentro y mejores condiciones para entender cómo y por qué se piensa y se trabaja de la forma en que se lo hace en cada iglesia. Estos sectores, aún estando compuestos de modo transversal por distintos referentes de las comunidades religiosas, son claves en la articulación social y política de las iglesias. Sin embargo, este sector desaparece absolutamente en el escenario en el que transcurre la ficción y la lógica única del ejercicio del poder que organiza la trama. La representación vertical centralizada del ejercicio del poder es transversal en toda la ficción desde los poderes fácticos y su operador hasta el matrimonio pastoral y sus obreros. Esto entra en conflicto con la lógica de trabajo comunitario cotidiana en la que los diferentes grupos y espacios cuentan mayormente con enorme libertad para poder organizar su trabajo, aún cuando adhieran al dogma y al modus operandi de la iglesia.
En la ficción debe destacarse el gran trabajo en la onomástica bíblica y religiosa desarrollada por el libreto. La mujer amada o la luz, el que se esfuerza, el joven, el don de Dios, el valiente, un hijo de…, el rayo de luz, el remedio, etc., distintos nombres que prefiguran y anticipan a los personajes. Cualquier persona avezada en el mundo bíblico y su lectura puede ir anticipando, modestamente, -en coherencia con los nombres y sus roles- el avance que va adquiriendo el desarrollo de la trama.
Los debates planteados por el comunicado de ACIERA
El poder fáctico sólo es visible a través del dinero y el poder, absolutamente oculto, operando desde la clandestinidad y la ilegalidad, en complicidad con lo religioso, absolutamente exculpado en la trama. En la trama, el dinero, cuyo origen no se explicita, ordena toda una serie de vínculos con actores del sistema político y sectores del Estado que no son tematizados ni identificados. En la contextualización la obra hace apenas una referencia vaga al establishment local y enfatiza con material de archivo los cambios de escenario político en Estados Unidos. La obra induce a establecer una relación con este contexto a través del tipo de moneda extranjera acumulada y el origen del operador político de estos grupos económicos en el país. Mientras que lo religioso ocupa la pantalla, detrás de cámaras el libreto está digitado con total premeditación y alevosía. La lógica del poder del “cuánto querés”, “cuánto costás”, del “yo me encargo”, propio de un modo de hacer política cada vez más afianzado entre las prácticas de las más diversas fuerzas políticas, tanto a nivel local como internacional, sobre todo evidente y visible en la sociedad capitalista y el mercado político, aparece con una crudeza contundente. Estos diálogos pueden ser creíbles en el tejido de las alianzas más rentables para quienes invierten en determinado equipo de gobierno y participan del sistema electoral para su validación social. El despliegue tecnológico y la infraestructura, los procedimientos y los ajustes son perfectamente asociables a las prácticas político mafiosas relevadas en una lectura distendida de los diarios del domingo, aportándole apenas una mirada aguda sembrada de dudas y sospechas.
Si bien ACIERA y FAIE tienen diálogos tanto entre actores orgánicos a nivel institucional como a nivel de base entre las iglesias, atendiendo la enorme diversidad de los territorios y de corrientes teológicas que ambas representan, estas agrupaciones en muchos aspectos están en las antípodas en términos teológicos. Esto sucede, básicamente, por la diferencia de enfoque en la lectura bíblica y en la comprensión de la relación iglesia-Estado, lo cual se expresa de forma contundente en los debates entre ellas -de público conocimiento- en relación con los derechos humanos. ACIERA, más allá de la argumentación desacertada sobre su comprensión de la causa por la cual es filmada y emitida la serie, expresó su pesar por el hecho de que la ficción no sólo esté basada en este estereotipo del sentido común sobre las iglesias evangélicas, en general, sino porque afiance aún más este imaginario.
Este sector evangélico advierte que, tal como sucede en el plano teológico en el reino de Dios encarnado en la realidad (en Cristo, el cuerpo de Cristo, la iglesia), también en esta misma lógica literal ocurre que muchas personas pueden vincular la ficción con la realidad trasladando al plano de lo cotidiano una forma de ser, de entender la fe y la iglesia que no se ajusta con la iglesia realmente existente. De hecho es lo que le sucede al libreto en relación con el imaginario dominante instalado en el sentido común sobre el campo evangélico. La interpretación de los espectadores y las espectadoras trasciende la obra de ficción. Sin embargo en su comunicado ha expresado su temor a que esta reversión en la ficción pueda incrementar el malestar social con este sector religioso. En este sentido, invita a tomar conocimiento del trabajo territorial y la base de la validación social de ACIERA como actor público en el ámbito político, porque en este plano material es donde se traduce la realidad espiritual, el modo en que Cristo toma parte en la vida cotidiana de la persona convertida (que es de Dios, porque Jesús está en su vida, porque entregó su vida a Cristo) y se visibiliza en las obras de bien de las iglesias de la asociación (porque es el modo en que Dios lo llamó, le mostró esta necesidad de luchar contra este pecado y llamar a la conversión a esta población). En esta misma clave está planteada la invitación de ACIERA a conocer «el reino» de Dios anunciado a partir de las obras de servicio distribuidas en todo el país entre los sectores más vulnerables.
No es momento de hacer historia, pero en América Latina desde el origen mismo de la conquista hasta la conformación de los Estados han tenido lugar distintos tipos de alianzas entre referentes religiosos y cuadros políticos de diferentes corrientes y partidos. La producción que lleva a cabo la serie resalta una opción ideológica (neo)liberal conservadora, que en pleno proceso electoral, en su afán por obtener el poder ejecutivo, está dispuesta a lo que sea con tal de obtener la validación social y el voto popular. Sin embargo, esta relación resguarda una enorme complejidad, tal como también sucede con otros vínculos político religiosos, que incluso trascienden al cristianismo, ya que podrían aparecer aquí alianzas con muchas otras religiones como el judaísmo o el islamismo, solo por mencionar algunas, entre tantas otras, que componen el diverso campo religioso en nuestro país. Merece un trabajo aparte la reflexión sobre el laicismo del Estado y los términos en que se dan los convenios con organizaciones e instituciones religiosas que se constituyen como actores sociales claves en los territorios y articulan con el Estado la implementación de diversas políticas públicas.
El debate sobre la ficción pone en evidencia y en discusión el avance de la cultura neoliberal, al punto de problematizar la validación social vigente del propio sistema democrático; ya no solamente de una propuesta partidaria y su modalidad de establecer alianzas, sino de la política misma como herramienta de consenso y transformación social. El lanzamiento masivo de esta serie en período electoral hace este debate aún mucho más evidente y consciente de su urgencia. La repercusión pública en los medios comerciales masivos se presta a este interjuego en defensa de la cultura de la libertad de expresión y el rechazo de la censura al mismo tiempo que sostiene un producto que coloca a la política y a la religión, quizá dos de los mayores pilares de la sociedad moderna, en el infierno de la denigración y el oportunismo en un momento clave de la democracia, donde el hacer política aparece entre algunos actores como un antivalor. Esta valoración negativa de la política es asumida como un argumento por actores de distintos partidos políticos, en particular del sector liberal conservador, que capitalizan esta percepción del quehacer político como un antivalor y referentes religiosos afines que reniegan en coro de tener que salir a «hacer política » para recuperar la moral para toda la sociedad, en un discurso que trasciende al cristianismo para llegar a un amplio sentido común previamente conquistado y allanado, dictaduras mediante y décadas perdidas, por políticas de ajuste, privatización y desarticulación del Estado de bienestar.
“El demonio es la política”, dice Elena en una visión y un guiño que desestabiliza a Emilio en pleno lanzamiento de su campaña presidencial ante sus fieles. Ella ya se lo había advertido, pero él encontró en esta convocatoria un “llamado de Dios”, a lo cual sus aliados dirán a viva voz: “¡Gloria a Dios! ¡Amén!”
Estudié teología en Isedet y trabajo social en la Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo, la formación me sensibilizó en temas de género y DDHH, y la vida en temas ambientales. Lo demás lo aprendí desde chico tomando mate con amigos, escuchando los partidos (de Independiente) y ensayando poesía.