¿Por qué China vence a EE.UU. en la guerra irrestricta?
La pandemia del Covid-19 deja una marca en la historia asimilable a las peores catástrofes que sufrió la humanidad. La teoría de la guerra irrestricta permite entender por qué China logra salir mejor parada que EEUU.
Para entender cómo se llega a esta situación sirve entender la evolución de las estrategias de defensa desde la fundación de la República Popular en 1949. Durante la era maoísta se formuló la estrategia de la guerra popular prolongada, sustentada en la movilización de las masas y la resistencia al interior del extenso territorio chino ante un posible ataque imperialista. De esta manera se buscaba derrotar a un enemigo más poderoso en base a las dificultades geográficas, la capacidad de resiliencia del pueblo chino y los métodos de guerra no convencionales.
El fin del maoísmo y su estrategia político-militar se dio luego de la guerra con Vietnam en 1979. Desde entonces se formuló una estrategia de defensa que dejara de sustentarse en un ejército sumamente numeroso y se buscó una adecuada modernización. Una de las cuatro modernizaciones que formuló el proceso de Reforma y Apertura fue justamente la defensa del país. No es casual que algunos integrantes del Ejército Popular de Liberación hayan fundado algunas de las principales empresas de tecnología o que las primeras fábricas se hayan instalado en lugares que habían sido usados previamente como cuarteles.
En 1999 los ex integrantes del Ejército Popular de Liberación, Qiao Liang y Wang Xiangsui, publicaron un libro titulado Guerra sin restricciones que formuló una nueva estrategia que permite entender algunas de las virtudes desplegadas por China ante los ataques de Estados Unidos.
La pandemia como una nueva guerra
En marco de 2020 Angela Merkel declaraba que la pandemia del Covid-19 era el principal desafío que enfrentaba su país desde la II Guerra Mundial. No fueron pocos los que en aquel momento buscaron relativizar la situación y consideraron como alarmista a la canciller alemana. Pero en el curso de los meses se demostraría que la comparación no era exagerada. El mismo Trump, que comenzó tratando el asunto como «una gripe más», dejó al final de su mandato un Estados Unidos con más muertes por Covid-19 que aquellas que se habían sufrido durante la II Guerra Mundial. En las grandes guerras del pasado las formas en que se iniciaron se transformaron en anécdotas superfluas, en comparación con los principales sucesos y sus consecuencias. Con el Covid-19 sucede algo similar. Las versiones sobre el surgimiento del virus en Wuhan son las más frecuentes, aunque también surgen investigaciones que detectan rastros del virus en análisis de sangre previos y en otros países. Aún es temprano para saber cómo surgió el Covid-19, y ya es en cierta forma anecdótico, aunque sus consecuencias humanitarias y el caos planetario se hicieron más que evidentes.
La virtud del planteo de Qiao Liang y Wang Xiangsui, en su teoría de la guerra irrestricta, es que asumieron, antes de iniciarse el siglo XXI, que los principales escenarios de disputa (y, por lo tanto, de defensa) no se darán en los tradicionales campos de batalla entre fuerzas militares. Ellos determinaron que uno de los principales peligros de cara a nuevas guerras estarían muy cerca de la gente común (computadoras que se hackean, dinero que se devalúa por especulaciones financieras o personas que pudieran transmitir algún virus). También entendieron que aunque los Estados tengan un rol fundamental ya no podrían actuar solos, por más poderosos que fueran.
Pero quizá una de las conclusiones más extraordinarias que obtuvieron es que la solución principal para este tipo de guerras no es aquello que se llama “alta tecnología”. Ellos explicaron que la llamada “alta tecnología” es un concepto relativo y dinámico, que su desarrollo requiere la integración de diversos actores, que sus resultados cada vez duran menos y que no suplanta a otras tecnologías más antiguas. Según estos autores, a partir de la Guerra del Golfo los estrategas norteamericanos se transformaron en “esclavos de la tecnología en su pensamiento”.
Los estrategas chinos no negaban la importancia de las herramientas tecnológicas para crear nuevas armas, sino que advertían la importancia de desarrollar un nuevo concepto de ellas que permitiera formular estrategias más adecuadas para desafíos sumamente inciertos. Estados Unidos, al igual que la mayoría de las potencias occidentales (incluso las que asumieron acertadamente esta catástrofe con las dimensiones de una guerra), no se prepararon para defenderse tal como lo hicieron China y otros países asiáticos.
Aquellos países cuyos objetivos de control de otros territorios en el mundo se manejaban desde computadoras en asuntos bélicos, financieros o mediáticos no pudieron siquiera garantizar el cuidado de su población ante un virus que se expandió sin control efectivo alguno. Además de cuestiones culturales o ideológicas mediante, no poder garantizar aislamientos estrictos que frenen la circulación del virus ante una pandemia es una cuestión de seguridad y defensa que ninguna potencia occidental logró resolver suficientemente. Qiao Liang y Wang Xiangsui escribieron hace más de dos décadas que: “cuando los objetivos son más grandes que las medidas que se pueden tomar, la derrota está asegurada”. No se equivocaron.
A diferencia de Estados Unidos en su despliegue militar global, China cuenta con una sola base militar en el extranjero en Yibuti y claramente el objetivo de su estrategia de defensa está focalizado en la protección de su población. En enero y febrero de 2020, en Occidente muchos nos sorprendimos (y otros se espantaron) por el nivel de disciplina y control sobre la población para combatir al Covid-19. Lo que no se entendía era que la principal estrategia para defender a un país y a su población no era tener un arma de última tecnología sino la inteligencia suficiente para enfrentar a un desafío desconocido. Los resultados en todos los aspectos (económicos, políticos, psicológicos, culturales, etc.) están a la vista.
De la guerra irrestricta a una nueva era global
El libro Guerra sin restricciones se publicó en 1999 en pleno auge del poder norteamericano luego de la desintegración de la URSS y la Guerra del Golfo. El libro se hizo conocido en buena parte del mundo a partir de la manipulación que se hizo del mismo en las publicaciones en Estados Unidos. Se tergiversó la traducción del subtítulo como “el plan maestro de China para destruir América” y se diseñó una tapa con una imagen de las torres gemelas en el atentado de 2001 (sucedido dos años después de la publicación original). El amarillismo norteamericano que buscaba generar miedo y sinofobia predominó sobre la posibilidad de tomarse en serio la mayor parte de los planteos de los estrategas chinos.
En el libro de Qiao Liang y Wang Xiangsui se presenta un análisis geopolítico que los lleva a pensar que fenómenos como la guerra fría o la Guerra del Golfo no volverían a suceder. En las nuevas guerras ya no habría una competencia militar entre Estados para que termine sin que se dispare un solo tiro; o tampoco un Estado podría pensar seriamente en enfrentarse a una coalición militar internacional de 30 países liderada por Estados Unidos. Donde muchos veían unipolarismo, los estrategas chinos asumían que había múltiples polos de poder que dependían entre sí y que tendrían intereses esporádicamente comunes.
Estados Unidos, para ellos, era una superpotencia militar pero ya nadie podía aspirar seriamente a dominar en soledad. Cuando teóricos como Francis Fukuyama asumían con certeza el “fin de la historia”, ellos sostenían que “la principal característica de esta era es que es transicional”.
La pandemia encontró a Estados Unidos reflejando mejor que nunca que se puede ser la principal superpotencia militar del mundo pero por errores propios se puede encontrar aislada. En un mundo en el que el desarrollo tecnológico requiere cada vez más integración y las políticas globales requieren de cada vez más actores, Trump desarmó o llevó al fracaso a algunas de las principales herramientas que su país construyó por décadas para tener más poder en el mundo.
Al contrario, China logró durante los últimos años que sus propuestas propias para el desarrollo global, como la Iniciativa de la Franja y la Ruta, puedan encontrar aliados en todas partes del planeta independientemente de su cultura, la ideología de su gobierno o las alianzas militares. Asumiendo su creciente protagonismo durante los primeros meses de la pandemia exportó materiales anti-epidémicos a 150 países: 70.600 millones de mascarillas, 340 millones de trajes protectores, 115 millones de pares de gafas protectoras, 96.700 ventiladores, 225 millones de kits de prueba y 40 millones de termómetros infrarrojos. Actualmente, China con las vacunas Sinovac, Sinopharm y Cansino es el principal exportador de vacunas fuera de Norteamérica y Europa alcanzando a proveer más de un centenar de países.
El Centro de Investigación Económica y de Negocios estimaba antes de la pandemia que el PBI en dólares corrientes de China superaría al de EE.UU. en 2033, pero un informe en marzo de 2021 determinó que las consecuencias de la pandemia adelantarían ese momento al año 2028. La llegada de Trump a la Casa Blanca había demostrado que la estrategia de los globalistas americanos con su “pivote a Asia” para aislar a China fracasó. Y las proyecciones de las consecuencias de la pandemia demuestran que los ataques de Trump (con la guerra comercial, el sabotaje a sus empresas tecnológicas, la sinofobia mediática, etc.) también.
Qiao Liang y Wang Xiangsui resaltaron en su libro que “en las guerras modernas, factores fortuitos influencian el resultado al igual que en el pasado”. La pandemia del Covid-19 puede que sea ese factor fortuito que termine derrotando las aspiraciones norteamericanas de detener el protagonismo chino en el futuro global, pero antes de la fortuna hubo una inteligencia sostenida y coherente que permitió a China salir mejor parada de la pandemia que ninguna otra potencia global.
La fase de la globalización que pensaron los estrategas chinos también ha llegado a su fin. Pero sus reflexiones aún son útiles para entender qué está pasando con la transición hegemónica global y pensar una nueva fase de la globalización que ya está dando sus primeros pasos.
De Mataderos vengo. Escribo sobre el mundo mientras lo transformamos. Estudié filosofía en la UBA. Integrante del Instituto Democracia.