Peronismo patriarcal, progresismo y nuevos trapos

Lxs pibxs muertxs no comen

Por Santiago Pérez Castillo
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¿Qué hacer con nuestras banderas? ¿Nos pasamos de progres? ¿Desde dónde construir una alternativa? sse pregunta Santiago Perez Castillo

La ofensiva del capital transnacional contra los derechos y la soberanía de los pueblos es un fenómeno global, pero la intensidad con la que en Argentina lo estamos viviendo, hace que el pensamiento sobre lo que está sucediendo acá y las discusiones políticas que esto conlleva se tornen centrales, no solo para nosotres, sino para el mundo. Los referentes de las redes de derecha global miran a Milei con entusiasmo como un experimento de posible salida ultra-capitalista de la crisis neoliberal. Sin embargo, Argentina se convierte también en un escenario fundamental para repensar una salida igualitaria, la nuestra, la de la justicia social, sea reformista o revolucionaria, pero que en todo caso contravenga el impulso deshumanizante, individualizante y cruel de la mercantilización de todos los rincones de nuestra vida.

En días en que el pueblo pasa aún más hambre que en gobiernos anteriores, las noticias nos recuerdan que el odio no se agota en los discursos. Días en que prenden fuego mujeres por ser lesbianas, amedrentan y torturan a militantes de DDHH, recortan jubilaciones y entregan lo común a los dueños del mundo, vale la pena recordar que en nuestra diversidad hay algo que une todas la luchas populares: la tradición de los oprimidos.

Son días en que también se recrudece una discusión interna en el campo popular que por momentos puede ser leída como una disputa de personalismos sin demasiado contenido político. Creo que esto no es así, y es lo que voy a intentar sostener lo más breve y claramente posible. Claro que existe un costado superficial y hasta frívolo frente a la gravedad de los hechos, pero si logramos sacar del medio el ruido farandulero, la discusión que se abre es la de cuál es nuestro balance de la última etapa que nos trajo hasta acá, y de cuál es el programa que vamos a construir para oponer al de los libertarios. Por lo tanto, de cómo vamos a ejercer la oposición y retomar la ofensiva.

¿Nos pasamos de progres?

Una de las principales impugnaciones al rumbo del gobierno anterior y en general a la política peronista de los últimos años es la acusación de progresismo. Lejos de ser una cuestión lateral creo que, para usar una expresión contemporánea, hay algo ahí que puede ayudarnos a encontrar las discusiones que necesitamos. Vale la pena entonces preguntarnos ¿qué quiere decir que “nos pasamos de progres”?

Puedo proponer, tal vez un tanto arbitrariamente, un momento en el que este discurso comenzó a tomar fuerza. Remontemonos al pasado muy reciente, el giro de 2021. El peronismo pierde las elecciones legislativas en septiembre y el gobierno de Alberto tiembla. Las consecuencias no se hacen esperar: reformular el rumbo, cambios en el gabinete. Sale Cafiero, entra Manzur. El feminismo responde, no sin argumentos, pero no es momento de complicar las cosas. Se necesitan hombres fuertes (“gordos con cara de malo” se decía en aquel momento) que puedan ordenar el gobierno. Pero no sólo eso. En general se olvida que también sale en ese momento Sabina Frederic, ministra de seguridad que enfrentó la prédica del realismo punitivista del ministro Berni, y propuso un paradigma intervencionista de la seguridad pública -en términos de política criminal y abordaje de las violencias- que respete las garantías.

Sabina se había plantado con fuerza frente a la violencia institucional y la necesidad de formar a las fuerzas policiales en el respeto de los derechos humanos, así como de robustecer su profesionalización y profundizar en las políticas de bienestar que promuevan otra institucionalidad, más digna, menos corruptible. Entra Aníbal Fernández, un tipo más pragmático.

¿Qué es entonces ser progre? Empecemos por ahí. Ser progre es, según esta narración, sostener desde un estatus de privilegio socioeconómico («clase media universitaria»), una posición política que prioriza, por sobre la realidad económica de las mayorías, un conjunto de causas que, a grandes rasgos, se atribuyen a los avances conseguidos por el movimiento feminista y de la diversidad sexual, el ambientalismo y el antipunitivismo. Se suelen destacar la legalización del aborto y la banalización del lenguaje inclusivo que pone en tensión el binarismo de género, pero remite en realidad a la ampliación general de los derechos de las mujeres, de los derechos de las disidencias sexo-genéricas, de los derechos identitarios, la preocupación por el desastre ambiental y la oposición al neo-extractivismo, como también el antipunitivismo y la preocupación por la violencia institucional, y seguramente algunas más.

El argumento, esgrimido siempre de forma un poco nebulosa, supone que la jerarquización de estas causas implicó al mismo tiempo un relegamiento de las cuestiones económicas, como la redistribución del ingreso y la participación de la clase trabajadora en la riqueza nacional. Una suposición adicional de esta lectura está en que la razón por la que estos «progres» consideran de mayor importancia estas causas de orden «superestructural» o «subjetivista» que las de la pobreza, es que en su vida de privilegio pierden contacto con los «problemas reales» de la masa popular. Dejemos de lado el hecho de que las impugnaciones surgen en general de boca de otros integrantes de esta misma clase media.

En resumen, la impugnación reza: todas estas causas están muy bien, pero no podemos estar preocupándonos por estas cosas cuando la gente no tiene para comer. Frente a esto podemos ensayar una primera respuesta: las mujeres muertas, sea por femicidios o por abortos mal hechos, no comen. Tampoco comen los pibes asesinados por la policía en los barrios, ni las personas trans que si tienen la fortuna de pasar los 40 años, igual pasan hambre.

Y estamos hablando del pueblo trabajador. ¿O acaso las pibas que morían en abortos clandestinos eran todas de clase alta? Vale la pena escuchar sobre esto a la diputada Natalia Zaracho. ¿O acaso las trans y travestis que matan a mansalva viajan todos los meses a Miami? ¿O acaso la homofobia es cosa sólo cosa de Recoleta y no de los barrios populares? Estamos hablando, también en estos casos, de la vida y la muerte de nuestro pueblo todo.

¿Es esta entonces una defensa del progresismo? No. Si el objetivo es trascender los límites del proyecto que torno en progresista, entonces su crítica tiene que ser profunda. Es necesario proponer otra versión de la crítica del progresismo, que tiene que ver con su ineficacia política. Es decir, una impugnación al progresismo que se establece en una superioridad moral sobre lo que es «bueno» en política, enunciando una serie de principios abstractos de orden igualitario pero que después no tienen ningún efecto real en la vida de las mayorías. Se habla entonces de derechos y de un mundo ideal que sólo existe en las cercanías de Palermo y Chacalermo, y en sus análogos gentrificados provinciales, banalizando una serie de ideas igualitarias que lejos de ser preocupaciones de chetos, deberían ser retomadas por la política popular.

Si el progresismo es una postura moralista y bienintencionada que alucina transformaciones que no van a suceder mientras sueña con “ordenar la macro”, entonces ese no será el camino. Ahora, si el progresismo es una sensibilidad política que pone el foco sobre la igualdad y el afecto, la potenciación de la diversidad de los cuerpos y la democratización de sus movimientos; si es el reconocimiento de la existencia política de las poblaciones originarias y el respeto por su relación con la tierra; si es el rechazo frontal a todos los tipos de violencia institucional que los Estados ejercen siempre sobre el pueblo más pobre, si es prevenirnos de destruir el mundo, entonces ojalá nos hubiéramos pasado de progres. Pero claro, no es puramente ninguna de estas cosas.

A fin de cuentas se trata de cambiar la realidad efectiva de nuestro pueblo. La pregunta que surge entonces es la siguiente, ¿quién cambió la realidad en los últimos años, el feminismo popular y sus alianzas “progres”, o un conjunto de señores golpeándose el pecho (nótese la paradójica cercanía con la conducta de un gorila), discutiendo quién es el más verdadero peronista?

Permítanme recordar que en el marco del giro de 2021, fue Sergio Massa el que llegó a hacerse cargo del gobierno, bajo la reestructuración del “pragmatismo” peronista, y que no hizo más que reforzar el ajuste sobre la clase trabajadora. La culpabilización de los avances del feminismo y la diversidad sexual esconde la crítica a un modelo económico que más que con el progresismo, tiene que ver con el neoliberalismo. O para ser más justos, con la forma en que los procesos progresistas de casi toda la región, no lograron deshacerse de cierta lógica neoliberal. Lo mismo sucede con las reivindicaciones en contra del neo-extractivismo, que caricaturizadas como reclamos de niños chetos esconden una de las principales pérdidas de soberanía sobre lo común además del amedrentamiento de los pueblos originarios que nos sigue echando en cara la persistencia de nuestro carácter colonial.

No se trata entonces de una inversión de las prioridades entre el empobrecimiento de la clase trabajadora y la defensa del derecho a vivir libremente y sin miedo en la diversidad que cada une elige para su vida, o la necesidad de defender la tierra y el agua. Se trata de reconstruir una sensibilidad política que pueda comprender de una vez por todas lo obvio: desear que no mueran más mujeres víctimas de femicidios, desear que no mueran personas por crímenes de odio de acuerdo a su orientación sexual o de género, desear que la policía no mate pibes por la espalda en los barrios, desear que existan menos abusos a nuestras infancias profundizando la ESI, desear que no se torture en las comisarías, desear que no se destruyan los bienes comunes que son patrimonio de todes y de nadie, y bajar estos deseos a la cotidianeidad de nuestra acción política, no tiene nada de contradictorio con militar fervientemente la igualdad económica y un salario al menos digno.

Por el contrario, y esto no es nada nuevo, se trata de ver los caminos de solidaridad entre las resistencias a las opresiones. Entender que la concentración de la riqueza y el patriarcado van de la mano, y que por lo tanto el peronismo patriarcal no es la salida. Es necesario escindir a los avances del feminismo y otros identificados a “lo progre”, de la precarización producto de una política neoliberal, que paradójicamente afecta más que nada a las mujeres. La respuesta no está en la crítica al costado igualitario de los últimos gobiernos progresistas de la región, sino en la superación de su carácter neoliberal. No es necesario hacerse acólitos de la vieja tradición de “Dios, Patria y Familia” para combatir la entrega de lo común al capital trasnacional.

Nuevos trapos

Tal vez debería haber aclarado esto antes, pero esta no es tampoco una defensa de los feminismos y de la importancia de reivindicar su costado popular. El movimiento feminista tiene sus propias voces para defenderse y dar sus debates internos. Tampoco del ambientalismo, ni de las militancias contra la violencia institucional. Se trata más bien de discutir los términos estratégicos en que vamos a reconstruir un proyecto de transformación general de la sociedad con una orientación que combata la precarización de la vida y su entrega a las lógicas del mercado. Y para eso es urgente empezar a identificar de una forma más inteligente cuáles son las batallas que nos permiten avanzar hacia la forma en que queremos vivir, y cuáles son las que nos hacen retroceder.

Ofelia Fernández viene alertando hace tiempo el peligro de asumir la narración que la derecha hace de nosotros. Con esto en la cabeza pensemos lo siguiente. La reacción furiosa que estamos sufriendo no es sólamente el resultado del fracaso de los gobiernos anteriores sino también de nuestros aciertos. Bajarle el precio a esos aciertos por los que nos putean, ¿no es asumir la narración que ellos hacen de nosotros? ¿No es esa la muestra más clara de nuestra derrota política? ¿Cuál es el camino entonces? ¿Hacer política sin molestar a nadie? Suerte con eso. Si cada vez que tengamos que resistir una reacción conservadora la vamos a leer únicamente como la imagen de nuestro fracaso, no van a parar de imponernos su narración.

La batalla cultural no es un invento libertario. Y cultura y economía se superponen en el plano de la vida material, por lo que no tiene ningún sentido siquiera preguntarse cuál de las dos es más importante. Desmarcarse de enfrentar la reacción en la cultura refugiándose en falsos argumentos economicistas no es una gran jugada estratégica, es un acto de cobardía política. Y es un acto de cobardía política que cuesta vidas. No vamos a dejar de lado los trapos que levantamos con orgullo desde los años en que ser medio facho todavía era de giles. Y habrá que tener coraje para enfrentar las discusiones sobre lo que realmente nos caga la vida. Mirar para adentro y reconocer cómo la lógica del mercado nos viene arrastrando de derrota en derrota porque nos invadió el cuerpo, en vez de señalar culpables de fantasía que nos dejan dormir tranquilos, abrazaditos con fuerza a una verdad de piedra. Y habrá que asumir también el desafío generacional de reconstruir el sueño. Porque ya aprendimos que las victorias electorales no sirven en la derrota política. Aunque cambiemos de color las trincheras, y aunque cambiemos de lugar las banderas, pareciera que siempre es como la primera vez.

Asumir el desafío es asumir la derrota y romper el círculo, sabiendo que no hay que perder nada de lo que nos hizo felices, pero que también podemos y tenemos la obligación de trascenderlo. Y mientras todo el mundo sigue bailando, y bailando hacia la derecha y la deshumanización, son necesarias nuevas melodías. Pero no alcanza con eso. Esas canciones tienen que ayudarnos a recuperar la confianza y a inspirar un entusiasmo democrático y revolucionario que se traduzca en nuevos trapos para el campo popular y su militancia.

Fecha de publicación:
Santiago Pérez Castillo

Uruguayo en Almagro. Estudiante de la Maestría en Ciencia Política IDAES-UNSAM. Militante del Frente Patria Grande e integrante del Instituto Democracia – Fundación Igualdad.